Con la cabeza aún nublada por la botella de ginebra que misteriosamente se había terminado la noche anterior, se tumbó en la cama. Sentía el cuerpo cansado, a pesar de haber dormido muchas horas casicasi seguidas. Pero lo peor era la cabeza, que le vagaba a sus mundos paralelos en el momento más inesperado.
Pasó la tarde allí, tirado entre las sábanas que no se había dignado a estirar, absorbido por la lectura, acompañado por princesas caprichosas, hadas madrinas, caballos parlantes y torres sin puertas. Las horas se escurrieron poco a poco, al igual que las páginas de su fiel compañero. Desde luego aquella fue una tarde muy práctica de aquel caluroso verano.
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