El tiempo en el aire pareció ir a una velocidad diferente que en la tierra. Desde allí todo parecía ser más lento, más frío, más cálido. No era igual, solo era diferente.
Tuvo miedo de pronto. Tuvo más miedo estando en el aire que estando en el suelo antes de saltar. Estando en la tierra el salto era simplemente el salto, pero estando en el aire estaba todo hecho. Se lamentó de no haber cogido más carrerilla, se lamentó de no poder saltar más alto con sus piernas atrofiadas.
Tenía dos opciones: O fracasaba y caía a la oscuridad del abismo, o triunfaba y llegaba al otro lado.

En la ingravidez del salto, supo que al otro lado no se encontraba su felicidad, pero que lo que había bajo sus pies en aquel momento era mucho peor. En el otro lado no sería feliz, pero por lo menos seguiría corriendo en la dirección correcta. Si caía, el golpe terminaría por romperlo del todo. Si caía, volvería a ser polvo y huesos.
Por eso, decidió estirar los brazos y clavar las uñas en la tierra del otro lado. Caería, era un hecho, pero aunque perdiera las uñas en el intento, moriría así, intentándolo.
Obstinado hasta el final.
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