Y andando sin rumbo por aquel desolado paisaje, metió los píes donde no debía. La tierra empezó a tragárselo vorazmente, a una velocidad alarmante. Y contra más intentaba forcejear, más rápidamente le llamaba el fondo de la tierra.
Casi no podía respirar. La arena le presionaba el pecho, y al intentar tomar aire, le había entrado arena en la boca y en la nariz. Sentía la necesidad de aire. Bonito momento para sufrir un ataque de asma.
Finalmente dejó de forcejear, y se resignó a su fatal destino, mientras que sobre él brillaba con más intensidad que nunca cada una de las estrellas que tanto había anhelado durante su vida.
La arena le tapó la nariz, y por ende toda posibilidad de respirar. Cuando los últimos granos de arena cubrieran su pelo negro, simplemente dejaría de existir.
Y mientras que los últimos átomos de su anatomía se sumergían en la laguna de arena, con la mente nublada por la falta de oxígeno, comprendió que aquella trampa mortal que le estaba matando no era más que su propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario