jueves, 5 de septiembre de 2013

Un móvil pistacho, un papel fucsia y una noche gris.

Ella se pasó la noche velando a su móvil de carcasa verde pistacho, esperando a que en cualquier momento empezara a vibrar, que llegase la llamada que ansiaba, o por lo menos un mensaje. Cualquier cosa le valía. Se pasó la noche con los dedos cruzados bajo la almohada, hasta que empezaron a hormiguearse, y le rezó a todos los santos para que ella se decidiese a acordarse de ella.
De vez en cuando, ella cabeceaba un poco. Estaba realmente cansada, llevaba varios días cansada, y en particular, ese miércoles la había dejado exhausta. Cuándo se despertaba, cinco minutos más tarde, miraba aterrada al móvil, asustada por la posibilidad de que se hubiera perdido aquel mensaje imposible. Le dolían los ojos al ver la pantalla iluminada, y le daba igual. Cuándo, con los ojos entrecerrados dejaba el móvil de nuevo en la mesilla, volvía a entrelazar los dedos magullados que se habían desenlazado al quedarse dormida, y volvía a susurrar a la oscuridad <<Por favor, por favor ....>>, hasta quedarse nuevamente dormida. En algunas ocasiones, soñaba, pero eran imágenes difusas, que no lograba recordar al abrir nuevamente los ojos, pero despertaba agitada, cubierta de sudor. Aveces intentaba dormir, desesperada, giraba la almohada, se retorcía en las mantas, se destapaba, volvía a girar la almohada, pero el sueño no acudía a ella, tan sólo la imagen de aquel día, en el que temblando cómo una hoja a finales de verano que se rinde ante el otoño, le dió su número. No fue capaz de darle ninguna palabra, la vió ahí, delante del espejo, nerviosa, vestida de princesa, no fue capaz de hacer más que darle el papelito de color fucsia con su número, decir adiós con la mano, y andar tan rápido cómo pudo, ignorando su pregunta. Tal sólo quería desaparecer. Cuándo su amiga la alcanzó, ella temblaba, era incapaz de tener las manos quieta un instante, y respiraba pesadamente, presa de los nervios. Lo había hecho. Se sentía orgullosa, eufórica. Sentía que había empezado algo nuevo, que había roto al pasado. Pero esa noche, el pasado la llamó de nuevo. El pasado nunca nos deja huir tan fácilmente. Ahí, a oscuras en su habitación, se sentía algo patética. Nunca la llamaría, y ella estaba ahí, mirando cómo una tonta al móvil con los dedos cruzados. Y aquel momento del que hacía horas la había hecho sentir invencible, ahora se presentaba con multitud de lagunas. Podría haber dicho alguna palabra, haber sido algo más elocuente. Podría haberse ido a un paso más tranquilo, sin mostrar cuan nerviosa e insegura se sentía. O simplemente podría no haber hecho nada, ella no habría hecho el ridículo que sentía que había hecho por algo que tenía la seguridad de que no funcionaría, que caería en saco roto. Pero aveces merece la pena arriesgarse por una empresa imposible. Finalmente, al amanecer consiguió dormir, con los dedos cruzados y el móvil en la mano, esperando una llamada que nunca llegaría.

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