jueves, 12 de septiembre de 2013
Era quién.
Aveces tomaba la forma de un alto castillo de cartas, podía ser alto y imponente, pero se podía caer con la misma facilidad que se alzaba. Era la burbuja de jabón, arrastrado por el aire, raspando el cielo y el suelo. Era a quién se le rompió el optimismo de tanto usarlo, a quién se le secaron las lágrimas antes de llorarlas y quién se quedó con sus Te quieros en la boca. Quién nadie conocía, quién de tanto usar armadura se la quedó cómo atuendo cotidiano. Quién subía con la velocidad de la montaña rusa y bajaba al mismo tiempo, continuamente. Tristeza, Felicidad, Tristeza. Era algo paranoico, en algunas ocasiones retorcido, y siempre atento. Siempre sabía más de lo que admitía, y siempre veía la belleza de los días nubosos, adoraba el invierno y el olor a la lluvia. Quién siempre tenía un consejo para sus amigos, pero no tenía ni idea de que hacer con su vida. Quién siempre sonreía, y hacía bromas, reía, aunque por dentro estuviera, simplemente, roto. Era el que tenía defecto de fábrica, el que pensaba al contrario, el que hacía cosas que los demás no veían lógica, pero que para él, simplemente eran así. Era el que prefería un lápiz a una pistola, un libro a un partido de fútbol y unos cascos a la realidad. Era quién subía el volumen al máximo el volumen, quién cantaba cuándo estaba sólo y quién tenía que poner todos los números del volumen en múltiplo de cinco. Era quién siempre pecaba de iluso, quién cuándo caía y se magullaba se decía que nunca más intentaría subir, pero al poco después estaba en el suelo de nuevo. Era terco, muy obstinado cómo para admitir que estaba mal, que necesitaba un abrazo, un susurro en el oído de que todo iría bien. Siempre se dijo que escuchar eso por una vez para él estaría bien. Era quién terminó de contar sus problemas, porque empezó a sentirse ridículo. Era quién todas las noches leía la misma conversación, que tanto mal le hacía, pero que no era capaz de borrar. Era quién fingía no escuchar, o no daba importancia, quién se hacía el fuerte delante de quién le dañaba, pero aunque no lo admitiese, le dañaba, siempre le dañaba. Él se llevaba muchas veces por sus impulsos, y luego se arrepentía. Era quién imaginaba conversaciones y situaciones, quién imaginaba cómo sería su vida perfecta, aunque luego se sintiese mal por que nada de eso se fuera a cumplir nunca, pero nunca se cansaba de soñar, por mucho que luego le pusiera desilusionar. Él, era él.
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