Correr.

Corrió, y siguió corriendo. No notaba las piernas, no notaba el dolor y la sangre cuando caía al suelo, no sentía el sabor a tierra y a hierba en la boca. Tan solo quería correr, correr lejos, escapar de todo. Nada de lo que dejaba atrás le ofrecía más que desilusiones y duros golpes. No aguantaba más. Era un iluso en un mundo lleno de desilusiones. Corrió, corrió, dejando atrás todo lo demás. Cayó de nuevo, se abrió una nueva herida chorreante de sangre, y más arañazos en los brazos y las piernas. El dolor físico no era igual que el dolor que sentía en él. El dolor que sentía dentro, el dolor que por más que corría seguía acosándolo, en su mente, oprimiendo su pecho, cobrando sus lagrimas. Lágrimas y más lágrimas. Últimamente todo en su vida se resumía a esa palabra. Lloraba por la noche, cuándo en la oscuridad le azotaba la nostalgia, y nuevamente las ilusiones de momentos que jamás pasarían. Lloraba por la mañana, cuando se sentía débil y veía por delante un día igual que el anterior. No podía más. No quería hacer nada más que correr, correr lejos. Correr a ningún lugar. Deseaba simplemente desaparecer mientras corría, deshacerse en una ráfaga de aire. Y volar.