domingo, 28 de julio de 2013

Él. Ella. Ellos.

Él la abrazó más fuerte, con miedo a que se marchase. Ella sentía como los brazos de él la estrechaban. Algo rudo, pero lleno de sensaciones que la hacían sentir única y maravillosa.
Ella se giró, haciendo que él aflojase los brazos. Le miró con sus ojos marrones, y le susurró, bajito, pero con la plenitud de un grito:
-Te amo. 
Él la miró, desconcertado ante esa inesperada revelación, incrédulo, pero con el corazón acelerado. Ella seguía mirándole, muy seria, esperando alguna reacción en él. 
-Dímelo otra vez.
-Te amo. 
Ella vio cómo las pupilas de él se dilataban, y cómo le latía el corazón, ávido de ella. Ella volvió a pronunciar esas dos palabras que habían causado tal impacto en él, esta vez más segura, con voz más firme, pero no por ello menos dulce. 
-Te amo. Te amo. Te amo. 
Él se acercó aún más a ella, tan cerca que la angulosa nariz de ella casi se rozaba con la pequeña nariz de él, y para sorpresa de ella, él la besó. No fue un beso especialmente largo, ni el más experto, pero para ellos fue simplemente perfecto. Ahora era ella la sorprendida, la que tenía las pupilas dilatadas y la respiración agitada. Ella se abrazó a los brazos de él, que posó su mentón en su hombro, y suavemente, pero claro cómo un rayo en el más completo silencio del bosque, le susurró en el oído, casi oculto por el cabello:
-Te amo. 

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