domingo, 16 de octubre de 2016

Transporte público.

Cuando viajo en autobús se me va la cabeza. Me resulta especialmente fácil abstraerme mirando con la ventanilla, acunado por los movimientos del vehículo. Tengo que decir que nunca me aburro en los viajes, casi nunca se me hacen tediosos y realmente llego a disfrutar en estos trayectos. Cuando el paisaje comienza a hacerse monótono, me dedico a mirar a hurtadillas al resto de los pasajeros, y aquí invento historias. No del todo fantasiosas, sino historias corrientes y con un toque intranscendental, del estilo "esa chica de las gafas dos filas más adelante estudia medicina y desearía dejar su carrera, pero no lo hace por la presión familiar".

Es curioso como estas cosas no les importan a casi nadie. Es decir, todo el mundo valora una cabeza dotada para las matemáticas, pero... ¿a quien le importa que nuca te aburras en los transportes públicos, que seas capaz de replegarte hacia dentro como si fueras una chaqueta reversible? A nadie. 

No quiero decir con esto que las personas con mundo interior sean mejor que las dotadas para las artes numéricas. Simplemente que tampoco es algo que debería considerarse como peor. Desde mi punto de vista la capacidad de inventar, de ser capaz de generar cosas que no existen en tu cabeza, es ya en si misma un tipo de inteligencia. Tal vez no con la utilidad practica que tienen los números, pero creo que las personas con mundo interior hacen el mundo un poquito más bonito. 

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