viernes, 18 de diciembre de 2015

Sueños materialmente intangibles.

Que curiosos son los sueños. Son intrínsecamente inmateriales, pero a pesar de ello son tan físicamente tangibles que te hacen sangrar con los pedazos que dejan dentro de ti. 

Hay sueños que pueden quebrarse por cientos de lugares diferentes, agujerearse como el Titanic, y hundir consigo a los amantes locos. 

Hay sueños que se rompen como las piñatas, que estallan y te dejan un recuerdo dulce, que dan alegría. 

Hay sueños que estallan como fuegos artificiales, que son bonitos, llamativos, purpurinosos, pero que queman, te hacen arder, te consumen en un fuego inextinguible de delirios febriles. 

Hay sueños que se resquebrajan como las cartas que nunca te atreviste a enviar, que te dejan con ese sabor en la boca de '¿y si hubiera sido más valiente?', que duelen en cada centímetro rajado, pero que te quitan esas piedras que cargas como dagas en la espalda. 

Hay sueños que se difuminan como un oasis en medio del desierto, como un barco fantasma lleno de espectros anhelantes, que se van dejando la duda de si algún día estuvieron ahí o no. 

Hay sueños y sueños. Muchos de ellos. Y aunque todos juran y perjuran ser inmateriales, no os fiéis: los sueños tienden a tejer una red de mentiras. 

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