jueves, 1 de octubre de 2015

Cuatro sentidos.

Fue un día normal. Caminaba ligero por la calle, en su nube, que a veces era de algodón de azúcar, y otras sin embargo presagiaba tormenta. Al contrario que el toda la gente de su acera, él movía los pies sin un rumbo fijo, sin ningún propósito fijo en la mente. Estaba perdido por las calles, pero más perdido estaba dentro de si mismo, inverso en sus laberínticos pensamientos efervescentes. 

Fue un día normal, hasta que de pronto, ocurrió. Fue un segundo, pero eso bastó para que sus pies dejaran de moverse con ese ritmo de derecha-izquierda-derecha incesable y para que sus ojos desenfocados volvieran a visualizar el mundo material. Durante ese segundo, todos sus sentidos se movieron a una. Primero fue su olfato, aquel aroma sutil y floral que le llegó con la fuerza de un vendaval. Después sus ojos, que parecieron encontrarse con los de ella durante un segundo. Un roce delicioso de tacto en el dorso de la mano. Sus oídos captaron el leve tintineo de una sonrisa. 

Lástima que no le diera tiempo a atraparla con los cinco sentidos. 

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