Le hacía gracia que lo tomaran por tonto o por despistado. Que la gente contara con que no se percataba de las cosas, que era incapaz de ver las cosas que transcurrían justo delante de su indiferente mirada.
Pero nada más lejos de la realidad. Siempre estaba atento a los detalles, a los gestos y a las palabras. Tomarlo por tonto era en parte una manera rápida de firmar tu propia sentencia.
Radicaba en esa capacidad de ver las cosas y que los demás no se dieran cuenta su baza más poderosa e inmediata. Era el As que le permitía seguir concursando en aquel frenético juego de máscaras y disfraces.
En aquel juego jugaba con ventaja.
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