Estaba confuso. Confuso y asustado, asustado por sentirse tan perdido. No tenía razones para estar tan mal como se sentía estar, pero estaba peor que antes. Se sentía desencantado con la vida, simple y llanamente. Se sentía asustado por la indiferencia que le comenzaba a causar su alrededor. Lo que ayer le causó angustia, hoy no era más que una gota en un mar lejano a él. Donde se encontraba en ese momento no había playa.
Ya no le motivaban las contadas cosas que el día anterior le hacían arder el pecho. No le emocionaba un lápiz entre sus dedos, había perdido el interés por lo que le pasaban a sus teóricamente seres queridos, había dejado de luchar contra su físico fatal, y simplemente no hacía nada. Nada más que dejar el tiempo pasar, tan denso y asfixiante como si fuera mercurio. Sus pasiones que anteriormente eran vivas llamaradas, en aquel momento era una llama fría y azul como un fuego fatuo.
En aquel estado de letargo, se dio cuenta de todas las personas que sufrían. Independientemente de su posición, de su talento o de su aspecto, nadie tiene lo que quiere. No le causó nada más allá de su elegante encogimiento de hombros, pero sintió una punzada de emoción, no supo si de pena o de rechazo hacia aquellas personas brillantes que estaban tan mal o peor que él. Pobres personas. Después de esta reflexión, siguió mirando por la cristalera.
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