jueves, 1 de mayo de 2014
Beber para olvidar
Al abrir los ojos noto una puñalada en la sien que hace que vuelva a cerrarlos con tanto ahínco que se me hiela el cerebro. Trato de hacer que se pase el dolor de cabeza coordinando mi respiración. Inspira, expira. El dolor punzante pasa a ser no más que un zumbido molesto. Me doy cuenta de varias cosas al abrir los ojos de nuevo. Lo primero que veo es que me he caído de la cama, pero a un segundo vistazo veo que no es una cama, sino un sofá con marcas de quemaduras de cigarrillos. Me doy cuenta también de que me encuentro en ropa interior; y entonces me horrorizo: No soy ese tipo de persona a la que es fácil quitarle la ropa, y mucho menos de dormir en presencia de otras personas en ropa interior. Estoy cubierto de pies a cabeza de una fina película de sudor. Odio sudar. Me da asco mi estado actual, y deseo con todas mis fuerzas recordar dónde está la ducha y meterme bajo una lluvia de gotas gélidas. Con una muestra de desmesurado valor, me levanto del suelo, pero el dolor de cabeza me golpea con una bestialidad tal que caigo sobre el sofá, junto a una persona que no conozco. Cierro los ojos de nuevo, esperando a que se me pasara de nuevo el dolor de cabeza. Nunca soporté bien la resaca. Entre mis prioridades, antes de la ducha y buscar mi ropa en la caótica habitación se encuentra el hallar un bote de ibuprofrenos tamaño industrial. Al abrir los ojos me doy cuenta de que la habitación está hecha un asco. Una capa de patatas fritas cubre el suelo, y una mancha oscura y de aspecto aún húmedo reina sobre la cara alfombra del salón. Al ponerme en pie de nuevo, vienen las arcadas. Tambaleándome consigo llegar al baño y vacío el escaso contenido de mi estómago. Odio el sabor a bilis en mi boca, y el dolor de cabeza hace que me planteé el suicidio cómo una opción. El baño me da vueltas y vuelvo a perder el equilibrio y caigo al suelo, pero por fortuna no me golpeo contra nada más que la pared de azulejos. Desde el suelo intento poner en orden los sucesos del día anterior, pero me doy cuenta de que no consigo recordar nada más que algunas escenas sueltas, como una novela sobre la que se ha caído una taza de humeante café. Recuerdo haber comido hamburguesa y patatas fritas en un restaurante de comida basura, de haber corrido por la correr descalzo, y de beberme un océano de licor en vasos de tubo. Nada más que eso. Pero a pesar de las escasas revelaciones de mis recuerdos, tengo la ligera sensación de que algo no va bien. Algo más allá de mi penoso estado y del estado de la casa. La noche anterior ocurrió algo, pero no consigo recordarlo. Parece que es cierto eso que hacen algunas personas: Beber para olvidar.
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