domingo, 6 de abril de 2014

No soportaba sentir su presencia

No soportaba sentir su presencia. Fuera dónde fuera esa sensación de estar siendo seguida, de que dos pupilas azabache le taladraban la nuca, le acompañaba. Al salir a la calle, ya fuera para ir a clases o para comprar la cena, y hasta en su propia casa, en las habitaciones vacías, en los pasillos en penumbras y en la terraza luminosa. Esa presencia siempre le acompañaba, cómo un perro fiel, cómo una sombra inquieta. No soportaba esa agitación continua, esa sensación de angustia y presión en su pecho.
Pero lo que le ponía los pelos de los brazos cómo si fueran agujas no era otra cosa que el silencio de aquel ente. Entre lágrimas, en completa desesperación, le gritaba a la nada, le pedía, le rogaba que le revelara su identidad. Le pedía explicaciones. Pero aquella presencia sólo le respondía con un silencio que le parecía hasta burlón.
<<¿Estaré perdiendo la cabeza?>> Se preguntaba en muchas ocasiones, cuándo sin explicación aparente comenzaba a correr por la calle, arrasando todo cuánto se cruzaba en su camino, al notar aquella mirada ávida en su nuca.
Y a pesar de no soportar aquella presencia, comenzó a aceptarla cómo su presencia, que le seguía allá dónde iba, al igual que su propio olor, igual que su propia alma. 

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