viernes, 4 de octubre de 2013

Lluvia de Diciembre.

La chica soltó su paraguas a un lado, empapándose de la lluvia de diciembre. Le gustaba así, el agua corriendo por su cara, calando su ropa, sintiendo su frescor, su fuerza, su caída rítmica. El cielo entero lloraba sobre ella. Se giró, con su pelo castaño separado por espesos mechones, que hacían correar el agua por ellos. Sus ojos, grises cómo el metal, se posaron en su acompañante, que aún llevaba el paraguas rojo en la mano, y la miraba con una expresión extraña. Ella se fijó en todo lo que habían cambiado las cosas en tan poco tiempo, el cómo había cambiado él, mucho por fuera, pero aún más por dentro. Parecía otra persona, pero era él. Era cómo si hubiese realizado la metamorfosis. No pudo evitar soltar una amarga carcajada, tambaleandose entre los charcos. La lluvia evitó que se notaran las lágrimas que empezaban a aflorar en sus ojos, pero él se dio cuenta. La conocía demasiado. Pero aún así, no lograba comprender del todo la situación.
   - Antes habrías sido tu el primero en soltar el paraguas, -Ella volvió a mirarle de nuevo- y yo la que te miraba cómo si estuvieras loco.
   - Pareres una loca. Vuelve a coger el paraguas.
   - Antes, simplemente te daba igual lo que pensasen de ti. No te reprimías. Antes no eras tan idiota.
   Él permaneció en silencio, escuchando lo que ella tuviera que decirle.
   - No está bien. ¿No te das cuenta?  No eres tu. Nada encaja ya. Te necesito. Necesito que vuelvas a ser cómo antes. Necesito que vuelva mi mejor amigo, el que era dulce, el que te escuchaba, el que siempre estaba dispuesto a escucharme.
   - Si está bien. Ahora es cuándo todo empieza a funcionar. Quién no se da cuenta de ello eres tú. Aquella persona, simplemente, se ha ido. No está. Ahora es mejor que antes para mí. No me quites eso.
   Ella cogió el paraguas del suelo, frente a aquella persona que antes había sido su mejor amigo. No había vuelta atrás. Lloraba abundantemente, y se sentía imbécil por ello. Antes de irse, le lanzó su última pregunta.
   - ¿Eres feliz ahora?
   El que lanzó una risotada amarga ahora, fue él.
   - ¿Cuándo lo he sido? - El apartó los brazos a un lado, cómo exponiéndose. El agua se precipitó sobre su cabeza, empapando su pelo castaño, y ocultando las lágrimas que empezaban a salir también en él. - Esto es lo más parecido a felicidad que he tenido nunca. No, no soy feliz, y dudo que algún día lo sea. Pero esto es lo mejor que he tenido nunca.
   Ella le acarició la cara con sus dedos finos, se puso el paraguas empapado sobre su cabeza, y siguió andando, sola. Era doloroso, pero sus caminos volvieron a separarse.

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