sábado, 28 de septiembre de 2013

Rutina.

La misma canción te levanta. Tienes el mismo sueño que siempre. Tu madre te grita una hora inexacta. Haces una fuerza sobrehumana para vestirte y lavarte la cara, todo mientras compruebas el móvil y te adecentas. Cargas tu mochila, que parece pesar más cada día. Llena de los libros de asignaturas que odias. Te bebes el colacao, que o bien te abrasa la lengua o bien te hiela la garganta, de un solo trago, coges chicles y sales de casa. O bien te toca esperar un rato, o bien te regañan por llegar tarde. Llegas a clase, ves a las mismas personas, saludas en la misma posición, sueltas la mochila, y piensas en el sueño que tienes. Las horas pasan lentamente, se te cierran los ojos, no descansas bien. Llega el recreo, tomas lo mismo, con la misma gente, y hablas de lo mismo. Sonríes, pero por dentro estás totalmente serio. Te agobias con tanta gente y te preguntas cuándo dejaron de parecerte rápidos y divertidos los recreos. Ves a tu amiga, y es el único momento en el que puedes tratar con ella, pero no tienes ánimos de hablar demasiado, y desvías la atención haciendo algún ejercicio para las próximas tres horas, con la esperanza de que no te hablen demasiado. Llegan las tres horas más pesadas. Deseas salir de ahí. Miras el techo, a tus compañeros, garabateas algo en los margenes, o miras fijamente la pizarra pensando en cualquier cosa que te haga pasar el tiempo más rápido. Cuándo por fin terminas las clases, sales, esperas, y subes la misma cuesta de todos los días. Llegas a tu casa, saludas, dejas las llaves, y sueltas la maleta. Te lavas las manos, te miras al espejo, suspiras, y vas a comer. Depende del día, o tendrás mucha hambre, o bien se te revolverá el estomago al ver la comida. Sea cómo sea, debes comer obligatoriamente. Después de eso, varios gritos de tu madre para que saques al perro. Estás un rato fuera. Si bien no querías estar en el instituto, tampoco quieres estar en casa. Das vueltas circulares escuchando música hasta que tu perro se harta y no quiere andar más. Subes, y empiezas a hacer deberes y ejercicios. Intentas alargarlo, llenar el tiempo para no dejar un hueco vacío, ya que si lo haces, no sabrás que hacer. Tu hermana pequeña te puteará un rato, y luego tu madre le dará la razón, y te puteará ella también. Pero no te importa, simplemente estás cansado. Ya te has acostumbrado a que critiquen todas las cosas que haces. Después de todo, te metes en la ducha, te sientas mientras que el agua te cae en la espalda, con la música a todo volumen, y apoyas la cabeza en las losas frías de la pared. No lloras, no ríes. Estás inerte. El agua te hace pensar con claridad. Cómo si tu ceguera se curase al entrar en la ducha. Después sales, llevas la ropa sucia, y coges la cena. Aquí si que no querrás comer, pero debes hacerlo, o si no, te putearán más. Y si no lo haces, tu madre hablará con cualquier medicucho, o se hará nutricionista para decirte que necesitas tal y cual cosa para crecer. Si, mides uno ochenta, pero ella tiene la esperanza de que alcances los dos metros. Después de eso, sacarás una hoja en blanco, la mirarás un rato, y no sabrás que escribir. Eso si la sacas. Últimamente no quieres escribir. Tu madre vocifera que saques al perro otra vez, y en esta ocasión, estarás fuera más rato. Te gusta salir de noche, sentir el frescor, y reflexionar sobre cómo sería tu vida perfecta. Durante un rato, todo parece ir bien. Después subes, y te metes en la cama. Pones música en tus cascos cuándo te metes en la cama, para evitar pensar. Las noches siempre han sido duras para ti. Siempre es el momento donde tus muros se quiebran y eres vulnerable. Dormirás, pero te despertarás varias veces por la noche. No recordarás tus sueños, pero sabrás que has soñado, y que no ha sido bueno. Cuándo consigas dormir un rato seguido, sonará la alarma, la misma canción de todos los días. Tu día vuelve a empezar, y hazme caso, será exactamente igual que el anterior, con la diferencia de que estarás algo más serio. Notarás cómo te vas amargando poco a poco. Serás una manzana con una picadura, extendiéndose, lenta, pero imparablemente.

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