Entre violetas

Continuo el largo camino de tierra y pequeñas rocas pardas y redondeadas que tuerce junto a un montículo lleno de romero y lavanda. Desde este punto del camino, la altura corta la respiración, pero el paisaje también. Se pueden ver verdes montañas, salpicadas de arboles y violetas hasta donde alcanza la vista, más allá del horizonte, fundiéndose en uno con el brillante y jubiloso cielo de agosto. A pesar de ser verano, una ligera brisa sopla, moviendo las perezosas y esponjosas nubes blancas, y llevándose tras ella las angustias y las dudas de mi corazón, y dejando una fresca y renovada paz. Desde mi privilegiada altura, puedo ver mas abajo un gran lago, de aguas celestes y tranquilas, que devuelven el reflejo al cielo. El lago se encuentra mas grande en los extremos, y algo más separado en el centro, dándole un curioso aspecto.
Siento unos largos brazos abrazándome por la espalda, y cierro los ojos para hundirme en aquel reconfortante gesto. Siento su olor, mezclado con el olor de las violetas, y por una vez en mi vida, me siento completo. Totalmente completo. Sus brazos me cogen firmemente, como si tuviese miedo a dejarme caer. A pesar de la firmeza, siento infinita ternura en aquel gesto. El apoya la cabeza sobre mi hombro derecho, y le acaricio su sedoso y castaño pelo. Deseo con todas las fuerzas de mi alma que este momento dure para siempre, que no termine nunca. Deseo seguir junto a el, entre sus abrazos, entre sus besos, entre las florecientes violetas de este mágico paisaje. Y algo me indica que el quiere lo mismo que yo, y esto, hace que muera un poquito más de amor, que me entregue más aún a el.
Me giro lentamente, y le miro a los ojos. A sus enormes y candentes ojos marrones, que me miran como ellos solo saben hacer. Que me miran con dulzura, con suavidad, son aceptación, pero sobre todo, con amor. Me inclino lentamente haca el, hasta que nuestros labios se rozan, y de pronto, sigo corriendo por aquel camino, esperando que me persiga, continuando así, nuestro mágico y particular juego.