Las chispas surgieron cuando apagó el cigarrillo contra las baldosas que había frente al banco. Estaba casi irreconocible, con la bufanda deshilachada hasta la nariz y la tez amarillenta por las farolas. Pero sabía que cuando llegara, sabría reconocerlo.
Es algo curioso, como esperamos que nos reconozcan simplemente por nuestra figura, o por nuestra voz cuando pegamos a un porterillo y respondemos 'soy yo' para que nos abran la puerta.
El reloj del móvil le chivó que llevaba esperando más tiempo de la cuenta. Encendió un nuevo cigarro y aguantó un rato más. Hacía un frío casi insoportable, y se le estaba quedando el culo helado con el banco de piedra, pero aún así siguió esperando. Diez, quince, treinta minutos más. Esperó hasta que la cajetilla se terminó, y con ella la poca paciencia que le quedaba.
Al final tuvo que admitir que nunca llegaría, y que los cuentos de navidad no siempre tienen un final feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario