martes, 11 de abril de 2017

— Porque te quiero.

Jugueteo con la cremallera de mi chaqueta mientras me mira fijamente. Soy incapaz de levantar la vista. Sé que si lo hago, mi parte más irracional tomará el control y me romperé entre lágrimas. Me duele la cabeza; si por mi fuera me haría un ovillo en el banco y cerraría los ojos. Pero por una vez me he propuesto ser fuerte, así que no valen ni las lágrimas ni las ganas de desconectar. Quiero decirte muchas cosas, tantas que no soy capaz de ponerlas en orden. 

— Aún no es tarde para que te quedes -es la única frase que he conseguido decir, y al hacerlo sé que son las palabras adecuadas. 

Levanto la vista y siento un escalofrío al cruzar nuestras miradas. Creo que nunca me ha mirado con tanta intensidad. Por una vez, en contra de mis instintos, mantengo mis ojos clavados en los suyos. Hoy no soy yo, hoy soy una persona que no tiene miedo, que está en paz y dispuesta a aceptar lo que tenga que venir. 

— ¿Por qué quedarme?

Allá voy. Cojo aire y sin apartar la mirada digo lentamente las palabras que siempre he querido decirle, casi desde el momento en el que nos cruzamos por primera vez  finales de verano, esas palabras que siempre se me han atrancando en la garganta, las que nunca me he atrevido a decir y mucho menos a gritar. Esas palabras que de no usarlas se estaban pudriendo en mi corazón. Por fin sé que es el momento, sé que es la persona, y por fin soy valiente para hacerlo. 

— Porque te quiero. 

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