viernes, 21 de noviembre de 2014
A bocajarro.
Era un día como cualquier otro de aquel interminable noviembre. El frío de la mañana helaba en forma de vaho las palabras de los alumnos apresurados que se dirigían a clase mientras hablaban del fin de semana anterior. Las primeras horas transcurrieron con su habitual monotonía, pero pocas personas llegaron al último sonido de la sirena. Balas disparadas a bocajarro volaron por los pasillos, aulas y talleres, hasta reducir la sangre a charcos de un rojo intenso y los huesos a astillas punzantes. Juró que algún día lo pagaría, y aquel alumno resentido cumplió su promesa. Y disfrutó con ello.
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