Entonces supo que quería irse. Quería marcharse de aquel lugar, dejar atrás tantas caras y tantos recuerdos, y comenzar de cero en cualquier lugar que encontrara y le pareciera adecuado. O no encontrar aquel lugar y dedicar su vida a buscarlo también le parecía un buen plan. Cualquier cosa menos pasarse la vida allí.
Supo que sería duro marcharse y dejar atrás a su familia, a sus amigos, y algunos buenos recuerdos y experiencias, pero contra más lo pensaba, menos vinculado se sentía a aquel lugar. Sería duro seguir sin todas aquellas personas, pero realmente no le suponía trauma dejarlas, ya que siempre las llevaría con él. Además, era demasiado tóxico para ellas, y aquellas personas, a su particular modo, tampoco le hacían demasiado bien.
Sabía que todo no sería de color rosa si se marchaba, que en muchas ocasiones tendría la tentación de volver, que añoraría mucho a algunos rostros, y que gran parte de su roto corazón, se quedaría allí, entre los suyos.
Pero estaba ávido de nuevas experiencias. Las nuevas experiencias eran lo que le mantenían vivo. Quería vivir todo lo que se le pusiera por delante, y lo que no, lo iría a buscar el mismo. Las vivencias nutrían su valorada imaginación, y de cierto modo, mataban a sus fantasmas, o al menos los anestesiaba un rato.
Por todo eso y por muchas más razones que no supo explicar, decidió coger el camino y marcharse, sin prisas ni destino.
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