sábado, 31 de mayo de 2014

Obstinación.

Se limpió las manos sucias de tierra en los vaqueros reídos, se levantó del suelo y continúo andando un rato más. Hacía tiempo que había perdido el sentido, pero se negaba a deshacer el camino recorrido y asumir que su búsqueda había sido en vano. A veces se sentaba en el interminable camino a descansar, o se daba cuenta de que había retrocedido sin querer algunos pasos. Pero a pesar de esto, siempre se reponía y seguía el trayecto, a veces con la mente puesta atrás y la mirada fijada en el horizonte, y a veces con la mente completamente en blanco. En algunas ocasiones se sentía febril, mareado e inútil, y otras se sentía frustrado por no avanzar más deprisa. La mayoría del tiempo se sentía decaído, ya que tenía la impresión de llevar meses sin haber avanzado nada. Y cuándo ese soplo de inmovilidad le hacía cosquillas en el cerebro, se reía al recordar lo rápido que había conseguido salir al principio de su indeseada aventura, y se preguntó hasta que punto seguía avanzando pro gusto propio, y hasta que punto era la propia inercia. Quería llegar allí donde muchos había perecido, allí dónde tenía la sospecha de que aguardaba la panacea de todos sus problemas, temores y dolores. Y cuándo pensaba en eso, sabía que no era simplemente inercia, sentía que quería seguir avanzando pro aquel duro camino polvoriento, por poco que avanzara, por muchas veces que se tropezara o por muy duro que fuera el camino. Este era el tramo final, y había invertido mucho en aquella incierta empresa. Seguiría su camino, aunque muriera intentando llegar a la meta.

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