viernes, 1 de noviembre de 2013

Pesadilla.

De pronto se encuentra solo, en medio de una calle ancha, con altas farolas y suelo color marfil. Hay mucha gente, gente que sube, y gente que baja por toda la calle. Todas las personas son altas y esbeltas, y todas tienen máscaras. Máscaras de todos los colores, de todas las formas y de todos los tamaños. Pero todas igualmente inquietantes. No ve a sus amigos; deben de haberse perdido entre la multitud. Gira sobre si mismo, buscando con la mirada, pero tan sólo ve gente con máscaras. Se siente inquieto. Le cuesta respirar. Cierra los ojos e intenta controlar su respiración. No puede. Siente cómo la gente le mira. Una figura que parece de mujer, con las costillas marcadas y una máscara de bruja canosa le señala, y le comenta algo en voz baja a la persona que va con ella, una figura de hombre con una máscara blanca con una gran sonrisa dibujada. Siente cómo su piel se ondea bajo él. Siente cómo crece, cómo la ropa le aprieta cada vez más. Sentía su cuerpo pesado, cómo si tan sólo se hubiese alimentado a base de pizza toda su vida. De pronto, las paredes de los edificios son espejos. Espejos altos e impolutos. A pesar de la gran masa que pasa en torno a él, con una pesada indiferencia, los espejos tan sólo le señalan a él. Las personas con máscara no se reflejan en el cristal. Su cuerpo ha cambiado. Sus piernas, su abdomen y sus brazos son cómo enormes globos llenos de aire. Sus mejillas se han inflado y desinflado, formando carne ondeante bajo su mandíbula. Se gira. La gente cuchichea en voz baja, y los espejos no para de reflectarlo, en todos sus ángulos. Sigue costándole respirar. Nota cómo las lágrimas se agolpan en sus ojos, cómo le tiemblan las piernas. De pronto ve a sus amigos, sin máscaras, entre la multitud, que pasan frente a él con absoluta indiferencia. Él quiere hablar, pero no logra que le salgan palabras. Quiere gritar, pero tan sólo sale un ruido seco de su garganta, apenas audible, y el pitido que delata su ataque de asma. Sus amigos se han perdido en la multitud, y él se siente sólo. Se sienta en el suelo, y se hace ovillo pasando los brazos rollizos por delante de las piernas, abrazándose a ellas. Las voces de su cabeza vuelven. Hacía tiempo  que no las escuchaba. «Inútil». «Gordo». «¿Realmente crees que puedes gustarle? Iluso». «Mírate, eres feo y raro. Nadie te va a querer nunca». «Tus amigos y familiares estarían mejor sin ti». «Cobarde, no puedes ponerle fin a tu agonía». «Eres una carga». «No haces nada bien». «¿Sólo sabes comer?». «Nunca lograrías llegar a ser guapo». «No tienes voluntad». «¿Que esperas conseguir con esa cara? Feo». «¿Aún crees que las cosas pueden cambiar? Eres tonto». «Los demás tienen razón, das asco». «Alguien así nunca te llamaría». «Mereces estar sólo». «Eres un error que no para de errar». «No te engañas a ti mismo, no eres feliz, nunca serás feliz». Se tapa los oídos con todas sus fuerzas, hasta hacerse daño, pero no amortigua las palabras; salen de su interior. No quiere hacerles caso, pero en su interior les da la razón. No puede más. Tirado en el suelo, sólo, sin voz, semi-ahogado, con gritos en su cabeza, espejos que reflejan su obeso cuerpo y personas con máscaras circulando por su alrededor. Siente que va a explotar.
Entonces se despierta; es una pesadilla.

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